domingo, 18 de marzo de 2018

Antología poética, de Algernon Charles Swinburne





“Suyo es el tiempo todo, mientras nosotros tenemos solo un día”

Publicada a finales del año pasado seis años después desde que finalizara su traducción y ocurriendo en medio de todo ello el deceso de Adolfo Sarabia -responsable de la traslación al castellano y una pérdida que habrá de notarse ostensiblemente en el futuro: ahí está su aportación a los volúmenes para Hiperión de Dante Gabriel Rossetti (amigo personal de Swinburne), la hermana de Gabriel, o Elizabeth Barrett Browning-, esta necesaria selección nos trae a uno de los eslabones clave para entender el post-Romanticismo, entroncado con el decadentismo finisecular, el Helenismo, el Romanismo o el Prerrafaelismo.

Dipsomaniaco, irreverente, atrevido, vicioso y triunfador, Swinburne catalizó la tradición romántica uniéndola con naturalidad a las influencias líricas francesas del momento, al pictoricismo y a un diáfano discurso escéptico en materia de fe que lo hizo durante toda su vida incómodo cuando no directamente vituperado, incluido además su no reconocimiento –casi mejor- como Nobel de literatura.

Entre los poemas destacados se encuentra “Atalanta de Calidón”, con sus narrativas escenas de caza (referencias a Artemisa), su desenfreno y su creacionismo politeísta que desembocará en un contundente alegato anti-cristiano: se trataba de reivindicar la religión romana en detrimento de la exégesis abrahámica, esta última generadora constante de odio, violencia y destrucción. Un reproche, este último, que volverá a aparece con inusitada fortaleza en otro ineludible del recopilatorio, el “Himno a Proserpina”.






El sadomasoquismo, presente tanto en la obra como en la propia experiencia vital del autor (habitual de prostíbulos de todo pelaje), es el tema central de “Balada de la muerte”, que arriesga todo su lirismo desgarrado en pos de la recompensa ideal y definitiva… La pérdida, la nostalgia, la infertilidad y, en general, el declive son aspectos sobre los que giran poemas como “Balada de pesares” y “El lamento de Lisa”, pretextos para subrayar la invisibilidad y el cercenamiento trágico de las protagonistas de ambos. Llevando estas últimas ideas al extremo, Swinburne compondrá “La leprosa”, uno de sus textos más polémicos y en su momento repudiados, invocando el dolor y la putrefacción a través de un amor sincero, compasivo y desinteresado: el escritor como epítome de valentía que transgredió la moral victoriana de la época con una espontaneidad que no hizo más que retratar a la hipócrita crítica y a su mojigata audiencia. Algo que muchos tardarían lo suyo en digerir, como ocurrió con “Amor muerto” y su soterrada necrofilia…

No podría faltar el homenaje explícito a uno de sus principales referentes, Charles Baudelaire, en “Ave atque vale (Hola y adiós)”, desparramando gran parte del imaginario del autor de “Las flores del mal” –con menciones directas a alguno de los poemas de dicha obra-.






“Hertha” y “El triunfo del tiempo” forman de alguna manera el díptico panteísta por antonomasia de nuestro protagonista. El primero como aglutinador de toda la naturaleza –recogido, ya desde el título, de la mitología teutona- y el segundo quizá como equivalencia tética acaparan de nuevo el compromiso con las cosmogonías pre-cristianas. “Hertha” fue considerada por su responsable como su creación más conseguida y no es para menos: la (omni)potencia de su exhortación está musicada con un pulso y una precisión que solo se les presupone a los verdaderos maestros, como de hecho debemos considerar a Swinburne: virtuoso de las subordinadas prolongadas, heredero directo de Tennyson, y hermano espiritual de un Shelley al que le unieron no solo algunas similitudes en el plano personal, sino también la misma manera inconformista de afrontar el azogue elegíaco.

No hay comentarios: