domingo, 16 de abril de 2017

La palabra como arma, de Emma Goldman





Estrechar su mano públicamente no solo te condenaba a la inhabilitación profesional, sino directamente a la pena de cárcel. Ella misma acabó con sus huesos entre rejas por alentar huelgas obreras en su país de adopción (Estados Unidos), dar conferencias apasionadas y afiladas y tomar parte contra el abuso empresarial, el patriotismo represor y folclórico (“exige una obediencia a la bandera, que significa predisposición a matar a tu padre, madre, hermano o hermana”), el puritanismo y su indecente e invasiva condición o el matrimonio. Por el contrario, apostó por el amor sin ambages ni imposiciones y por la libre enseñanza, ejemplificada en la Escuela Moderna del barcelonés Francisco Ferrer, faro pedagógico y vanguardista de finales del siglo XIX.

Como toda revolucionaria de bien, poseía una inquebrantable seguridad en sus convicciones ideológicas, lo que no era impedimento a su vez para permeabilizar cualquier variación o evolución que estimase conveniente, ergo alejada del dogmatismo inmovilista. Profundizó en el carácter supersticioso de instituciones y concepciones como el Estado, la Iglesia, los bancos, la propiedad privada, las penitenciarias o el sufragio.





“El Estado es solo la sombra del hombre, la sombra de su ininteligibilidad, de su ignorancia, de sus miedos”

Su sensibilidad insurrecta imbricada con su condición de judía inmigrante (natural de Lituania) en la Rusia zarista fueron determinantes en su nomadismo, marcado en parte por la persecución a los de su naturaleza (“los horrores de los progroms”), amenaza que no dejaría de ver expuesta hasta el final de su vida -1940-, en plena expansión nacional-socialista desde el corazón de Europa.

Dio amplias muestras de su infinita comprensión a la altura de la Guerra Civil Española, cuando asistió a la implicación de sus compañeros anarquistas en la toma de posesión de estos en diferentes cargos en el gobierno de la República, consciente no tanto de una traición de los amigos ibéricos hacia su compromiso libertario y anti-Estado, sino como un mal menor que ante todo supusiera un freno determinante respecto a la imparable implosión fascista en la península.





En Emma Goldman tuvo el activismo anarco-sindicalista uno de sus más preciados exponentes: una referencia existencial, comprometida y sacrificada. Defensora del dualismo individualidad-sociedad (a favor del individualismo y su libre asociación; jamás del individualismo a ultranza, que no es más que el actual liberalismo autoritario), despojados de la impronta fetichista de las instituciones capitalistas, religiosas y dictatoriales.

“El capitalismo priva al hombre de su derecho natural, atrofia su desarrollo, envenena su cuerpo, lo mantiene en la ignorancia, en la pobreza y en la dependencia, para después las instituciones caritativas consumir el último vestigio de amor propio del hombre”

Gracias a sus impresiones directas y a su intuición venidera, alertó de las consecuencias alienantes de la industrialización voraz, ciega e impenitente en la que, oh casualidad, nos seguimos viendo abocados:

“La generalización de la mecanización de la vida moderna ha multiplicado por mil la uniformidad. Está presente en cualquier lugar, en los hábitos, en los gustos, en el vestir, en el pensamiento y en las ideas”







“La palabra como arma” (editado por LaMalatesta) es una recopilación de algunos de sus artículos más agudos: valiosísimas aportaciones al ideario ácrata y auténticamente progresista, desde un posicionamiento a la vez indomable y persuasivo, jamás alienado con la violencia explícita. Textos que no han perdido un ápice de vigencia en medio del síncope financiero, del fraude neo-socio-liberal y del anacronismo primitivo del deísmo y cualquiera de sus brazos ejecutores en La Tierra que aún padecemos.

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