miércoles, 22 de febrero de 2017

El mago, de W. Somerset Maugham






“Creo que seguiremos siempre ignorantes de los puntos que más nos interesa saber y, por tanto, no puedo ocuparme de ellos. Prefiero dejarlos de lado y, puesto que el conocimiento nos es inaccesible, ocuparme solo de la locura”


Si por un casual escuchan a un editor quejarse de que en España se (re)edita más producción anglosajona que en castellano, acuérdense –aunque sea solo un momento, por deferencia- de William Somerset Maugham. Se trata de un caso pelín sangrante teniendo en cuenta de que se trata de uno de los novelistas de más éxito (y calidad: sí, aquí ambos condicionantes van de la mano) de la primera mitad del siglo XX. Aviso a navegantes y hacedores de best sellers: la codicia publicitaria y las grandes tiradas no te dan la posteridad, muchas veces incluso mereciéndolo. En los últimos tiempos –corríjanme si me equivoco-, a excepción de la compilación “Lluvia y otros cuentos” publicada por Atalanta, cuesta encontrar obras de Maugham más allá del proceloso mundo de las tiendas de segunda mano, lo que a menudo se conoce popularmente como ‘librerías de viejo’.

Me pasó, por ejemplo, con su extraordinaria novela “Soberbia” (“The Moon and Sixpence”) y recientemente con la que traigo hoy aquí a colación. Solo se encuentran en ediciones baratas –en algún caso tirando a desamparadas-, de esas que se deshacen en tu mano –parafraseando el slogan del chocolate aquel- cuando no a la altura de tu nariz. La de “El Mago” que ilustra esta reseña es un ejemplar del Grupo Plaza (los de Plaza & Janés) de 1962. Hay que cogerlo con pinzas y, como decía antes, no precisamente en relación a su calidad literaria. Es una cosa más bien táctil y visual: no hay más que ver la portada que, aparte de equívoca, es absurdamente camp y anacrónica.





Ahora que Aleister Crowley vuelve a estar de rabiosa actualidad (Valdemar y La Felguera editan estos días algunos de los títulos del mago y ocultista para solaz de propios y sobre todo extraños), no sería mala idea que, por ejemplo, la primera de estas dos editoriales citadas vuelva a relanzar “El Mago” en una (re)impresión gótica o similar, habida cuenta de que dicha obra fue publicada por los madrileños en una de sus primeras colecciones –“Tiempo Cero”-, hoy poco menos que inencontrable.

Crowley es el personaje sobre el que pilota toda la acción de “El Mago”, escrita y publicada por Maugham cuando Crowley empezaba a despuntar en la escena social, literaria e ilusionista de principios de siglo (su polémica actividad en la Primera Guerra Mundial supondría la catarsis croweliana). Maugham le cambia el nombre (Crowley pasa a llamarse en el texto Oliver Haddo) y, según las malas lenguas –incluida la propia: Maugham reconoce en el prólogo algo así como que se basó “remotamente” en el personaje- dicen que el autor de “El filo de la navaja” hizo una semblanza no exenta de distorsión y grandilocuencia poco menos que gratuita. ¿Conflicto de intereses?: al parecer ambos se hacían la competencia dentro del espionaje británico. Da igual: se trata ante todo de una novela de ficción y, como tal, Maugham moldea a su antojo en la novela a un individuo inquietante, abominable e impredecible que hará las delicias de los fans de los mad doctors que poco más tarde se pondrían de moda en el cine, aquí a golpe de prestidigitación, fantasías delirantes -¡homúnculos!- y maldad en estado puro.





Como en “Soberbia” hay una acción in crescendo hasta llegar al climax final, siempre rotundo y a punto del desequilibrio más absoluto. Una protagonista femenina –Margaret- que evoluciona desde el recato más (auto)impositivo a la dejación más dependiente, y un tercer vértice –Arthur, el prometido de Margaret- que transita en un primer momento entre la militancia científica -y por tanto descreída de efluvios idólatras- y el abrazo de la certidumbre hechicera a continuación. Y como en aquella novela, también está presente el contraste entre un París cosmopolita pero que da aún un valor preeminente a las conductas sociales “adecuadas”, y el libre albedrío y la degeneración de aquellos que osan salirse del camino prefijado.
Hay ecos bastante evidentes de otras obras importantes –y publicada unos pocos años antes- como el “Allá lejos” de Huysmans donde, bajo el discurrir de las formalidades y los escrúpulos preestablecidos de la sociedad europea del momento subyace un mundo de misas negras mezclado con experimentos fatídicos y Gilles de Rais –en ambas- como sombra amenazante y referencia ineludible. O reminiscencias del “Inferno” de Dante, en el episodio donde Haddo/Crowley practica con Margaret una sesión de encantamiento que desemboca en paisajes y comportamientos que hacen guiños a las vicisitudes de Virgilio y Alighieri.


Próximamente la película.

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