miércoles, 20 de julio de 2016

Discos imprescindibles del pop japonés (I)



                  Yumi Arai


Japón sigue siendo una de las industrias más potentes del negocio musical en el mundo y, sin embargo, de las menos conocidas. O conocidas de una manera más sesgada. Lo que nos llega mayormente es su absorbente asunción de buena parte de los patrones occidentales en cuestiones de ritmos y estéticas o sus obsesivos coleccionismos y/o reivindicaciones, de tal manera que funciona como refugio expositivo para (casi) todo tipo de artistas y grupos, desde el mainstream hasta la delicatessem independiente más extremadamente minoritaria.

Pero, ¿y su producto interior?. Se conocen millones de cosas, ciertamente –aunque sea a modo de goteo, casi siempre ha ido llegando algún grupo que ha alcanzado una cierta notoriedad-, pero muy pocas veces se alcanza a tener una visión más o menos panorámica de ciertos géneros o corrientes musicales procedentes del país, partiendo de algún tipo de depuración de criterio.
Aquí vamos a tratar, aunque de manera modesta e inevitablemente incompleta, de trazar una vista general –la selección comprende desde principios de los años setenta hasta nuestros días- de algunos de los grandes discos de POP que se han facturado en aquel rincón oriental. “This is pop”, que cantaba Andy Partridge (el XTC, por cierto, también hizo sus pinitos con algún que otro protagonista de nuestra serie, además de comprobar la entusiasta aceptación allá de su obra). Nada de música experimental de barraca de feria, de rockismos vacuos o punk aristocrático. Canciones pop –incluso ultrapop- encapsuladas en álbumes formidables de principio a fin.






KIYOKO ITOH – “Woman At 23 O’clock - Love In” (CBS, 1970)

Una de las presencias más destacadas del volumen “Nippon Girls 2: Japanese Pop, Beat & Rock 'n' Roll 1965-70” –editado en 2014- con “Mishiranu Sekai”, Kiyoto Itoh publicó dos álbumes imprescindibles en el cruce de décadas 60-70. El segundo de ellos -el que nos ocupa- perdió en el camino mucho del candor ye-yé y ganó en tórrido ensamblaje de barroquismo pop, recitados insinuantes –la resaca del tándem Gainsbourg-Birkin, que hizo verdaderos estragos- y amor por la chanson más hetedoroxa (no en vano la propia Itoh adaptó una pieza -“Silence”- de Armand Canfora, autor del estándar “Non c'est rien”), con ecos de Morricone incluidos (“Goji Kara Juji Made No Watashi”). Demasiado voltaje para su tiempo: el álbum acabó en las marginales cubetas de los discos soft-porn y no ha sido hasta hace bien poco que ha empezado a ganar en prestigio. Itoh es, sin duda, un talento considerablemente superior al de otras “rivales” contemporáneas tipo Carmen Maki.

Su discografía  se cierra con un tercer álbum donde interpretaba canciones de Paul Simon, ya fuese en solitario o en su periodo con Art Garfunkel.









YUMI ARAI – “Misslim” (Express, 1974)

Se suele considerar su debut –“Hikō-ki Gumo”, publicado un año antes- como el más destacado de su discografía inicial, entre otras cosas por la recuperación de la soberbia canción homónima para el filme de anime “Nicky, la aprendiz de bruja” de Miyazaki a finales de los ochenta. Sin embargo su segundo lp se nos antoja aún más consistente y equilibrado, con himnos como “Yasashisa Ni Tsutsumaretanara” o “Junigatsu No Ame” marcando la diferencia. Compuesto íntegramente por esta cantante legendaria –su carrera continúa hasta nuestros días, ya fuese como Yuming después o actualmente con su apellido de casada, Matsutoya-, “Misslim” es un impecable álbum de pop soleado –o soft pop, si lo prefieren, con Mamas And The Papas o Carole King en el punto de mira- reforzado con la inestimable presencia en los coros de los míticos Sugar Babe –el grupo de culto setentero por antonomasia en Japón- y el futuro Yellow Magic Orchestra Haruomi Hosono tocando el bajo.









IKKI SUZUKI – “Branco No Yume” (self-released, 1976; reed. Branco, 2006)

A mediados de la pasada década se produce en el panorama independiente anglosajón la exhumación de montones de discos oscuros u olvidados publicados a finales de los sesenta y principios de los setenta que guardan polvo en recónditas tiendas de discos y archivos discográficos. Vashti Bunyan, Linda Perhacs, Ruthann Friedman o la alemana Sibylle Baier son algunos de los nombres que saltan a la palestra, convertidas en fetiche de nuevas generaciones ávidas de emociones puras y, en muchos casos, estremecedoras. El folk más confesional se vuelve a poner de moda y Japón no se puede quedar atrás: se (re)descubre una pléyade de artistas outsiders que en el país del sol naciente a mediados de los setenta dejaron constancia de una sensibilidad pareja a los nombres arriba citados, auto-editándose en muchos de los casos. Los más relevantes: Nobue Kawana y nuestra elegida, Ikki Suzuki.

“Branco No Yume” es un disco místico, virtuoso, pero también rebelde e inconformista. Ikki Suzuki rara vez susurra o languidece: ella canta con pasión, interpreta con una profundidad y una decisión absolutamente sobrecogedoras. Y acaba chillando de amor.









SUSAN – “Do You Believe In Mazic” (Epic, 1980)

Cantante, presentadora y actriz, Susan Nozaki -japonesa con ancestros franceses- empezó muy joven conduciendo programas de televisión, actividad que compaginaba con sus actuaciones en anuncios de todo pelaje. “Do You Believe In Mazic” (así, con z) fue su puesta de largo, un disco más centrado en ritmos nuevaola que en los puramente sintéticos en los que se suele insistir en relacionarla aquí, a pesar de que es cierto que ya incluía muestras de un incipiente techno kayo (“Ah! Soka”, “Screamer”).

Recuerda indistintamente a los primeros Pegamoides –“Dream Of You”-, The B-52’s – Modern flowers in a boot”- o Blondie –“Freezin' fish under the moonlight (Eatin' my backbone)”, además de incluir la inevitable cuota reggae-pop de aquellos días –“Glass Girl”-. Hits trepidantes –“24,000 Times Kiss”- y clásicos incuestionables –la citada “Ah! Soka”- lideran esta auténtica gozada, que se merienda de una tacada a compañeros de viaje –y colaboradores en el disco- como Sandii & the Sunsetz o Plastics.

Su continuación -“The Girl Can't Help It”, publicado un año después- desgraciadamente no llegó ni mucho menos al nivel de este debut saleroso repleto de muy buenas ideas perfectamente ejecutadas e interrumpió una carrera musical que hubiera merecido más recorrido.









AKIKO YANO – “Tadaima” (Japan, 1981)

La portada refleja a la perfección el contenido del disco. Es, aparentemente, pop agradable y de fácil consumo, pero entre los surcos esconde ritmos esquinados, imprevisibles y sensaciones inquietantes. Es el disco ‘moderno’ –Akiko Yano suele tirar normalmente de clasicismo al piano- de la primera época de la mujer de Ryuichi Sakamoto: iconoclasta, incómodo e insobornablemente arty. ¿Han dicho Yoko Ono?. Ciertamente podemos decir que algo de su espíritu sobrevuela entre no pocas de estas canciones.

Hay techno-kayo (“Tadaima”, “Ashkenazy Who?”), tecno-punk pizpireto (“VET”), mestizaje a la manera Eno-Talking Heads (“Rose Garden”) o pop pluscuamperfecto (“Itsuka Ojisamaga”, “I Sing”), pero lo que le da el verdadero carácter es la parte central del álbum con piezas de un ajustado sentido de lo experimental –“Iranaimon”, por ejemplo, podría pasar por una de las piezas más accesibles de Residents-. Es ahí donde Yano se descuelga al piano mezclando jazz y kayōkyoku (pop clásico nipón) con tonalidades imposibles y, a veces, disonantes, pero jamás tediosas o estériles. Yellow Magic Orchestra como grupo de apoyo; Sakamoto controlando todo tras la mesa de mezclas.





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