martes, 24 de junio de 2014

Alicia o la última fuga (Claude Chabrol, 1977)





A priori la década de los setenta aparece como la más interesante y fructífera en la carrera de este parisino de filmografía kilométrica. A “El Carnicero” e “Inocentes con las manos sucias” habría que sumarle esta “Alice ou la Dernière Fugue” como de lo más conseguido por Chabrol en dicha etapa. El film tiene dos reclamos: el protagonismo de Sylvia Kristel –actriz fetiche de la saga “S” de “Emmanuelle”- y una temática –fantástico materialista- que, si bien no se aleja en exceso de muchas de las obsesiones del director francés, si que tiene a bien desplazar algunas de las constantes noir sobre las que se apoya gran parte de su cine.

En lo que respecta a Kristel decir que, si bien no es precisamente un prodigio de la interpretación, dicha desventaja sin embargo juega inusitadamente a su favor en su papel en “Alicia”. El escaso carácter y la limitada expresividad en la actuación dota de mayor credibilidad a su personaje: una mujer necesitada de romper los lazos en su relación sentimental decide realizar una huida hacia delante sin un destino concreto, deambulando por todo el metraje como un alma en pena, como ida, aceptando sin excesivo criterio los extraños e incomprensibles sucesos que se van acumulando en la cinta.





Podemos pensar, tras coger el coche y acabar en una extraña mansión en mitad de la noche por culpa de un golpe en la luna delantera de su vehículo que la hace desistir de continuar su viaje, que dicha actitud viene dada por la entrada a una dimensión diferente a lo vulgarmente conocido, pero es ya desde el primer minuto –cuando le comunica a su pareja que le abandona, en un arranque de la película, por cierto, bastante abrupto- donde detectamos esa marcada ausencia en el semblante de la estrella.

Hay mucho de homenaje al “Psicosis” de su admirado Hitchcock –a pesar de la dedicatoria expresa a Fritz Lang al comienzo- en el giro argumental del inicio cuando, tras un trayecto en coche en mitad de la lluvia, llega a la casa misteriosa con el único empeño de pasar la noche tras el imprevisto automovilístico. También de la por entonces reciente “El Unicornio” de Louis Malle, aunque sin el aparato grotesco y delirante de ésta. A partir de ahí se sucederán apariciones –de una naturaleza imprevista- y otro tipo de detalles artísticos de índole pictórica como esa recreación del “Moonrise at the Sea” de Friedrich en la habitación de invitados. Añadir referencias literarias de suspense cósmico como "La casa en el confín de la tierra" de Hodgson o "El fantasma de la mansión Guir", de Charles W. Beale.





Es un fantástico de corte naturalista con previsibles referencias a Lewis Carroll –intérprete femenina que se adentra en una especie de universo paralelo del que no puede salir- con más intriga que ensoñación fabulosa y más misterio que juego ocurrente. El guiño se extiende al propio apellido de la interfecta.

Afortunadamente la película no se recrea –en exceso- en el reclamo explícito de Kristel ni en la desafortunada técnica del zoom que arruinara tantas películas de aquel momento. Por el contrario, juega con la sutilidad del subconsciente –Alicia se resarcirá de su mala experiencia matrimonial elogiada por cuanto espontáneo hace acto de aparición en los recintos de su improvisada prisión- y potencia la mesura a la hora de solventar cuestiones irracionales.


Eslabón perdido –ni siquiera es de las más recordadas de Chabrol- entre “La Semilla del Diablo” y “El Sexto Sentido” o “Los Otros”, se trata de una feliz rareza en la obra del más policiaco de los directores de la Nouvelle Vague.

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