lunes, 7 de octubre de 2013

Antología Poética, de Heinrich Heine




Heine, azote de los conformistas, martillo mordaz de los escritores cortesanos (detectaba con ojo clínico no solamente los movimientos del adversario, sino los pasos en falso o la deserción de sus compañeros de fatigas), hoy también sería un autor incómodo. Literaria e ideológicamente confrontado en su día a todo bicho viviente, censurado después hasta la extenuación por el régimen nazi y arrinconado finalmente por la República Federal en plena campaña de reafirmación territorial que en la actualidad está dando (de nuevo) infaustos frutos, su condición de poeta “político” –donde todo es rigurosamente cuestionado- ha sonado siempre a improcedente para el oficialismo burgués no solamente alemán sino también para el europeísta en general.

Enemigo acérrimo de los accesos patrióticos por erigirse éstos en castradoras tomas de conciencia, por el contrario fue amante de una noción vernácula abierta al debate (su marcado individualismo le convirtió en presumible paria), anteponiendo las ansias de una Europa expansiva y transformadora respecto a las maneras ruines e hipócritas de la jerarquía anquilosada y la estructura inmovilista y empobrecedora de cada estado.

“¡Toca, clama, atruena siempre,
hasta que huya el último opresor!
Canta sólo con esta tendencia,
pero mantén tu poesía
cuanto más general, mejor.”




Heine El Desengañado, el homicida del Romanticismo (y, paradójicamente, su último gran exponente) hoy, como siempre, es necesario. Para plantearse todo, relativizarlo (“Aunque nos queríamos mucho/no nos llevábamos mal”) y atizar desde la tribuna respecto a toda injusticia, atropello o abuso. Desde “El Libro de las Canciones”, donde se encuadrará a sí mismo en la corriente literaria predominante y a la que disputará su fortaleza y vigencia, Heine empezará a coleccionar una serie inabarcable de decepciones que irán más allá de exclusivo ámbito amoroso para alcanzar lo puramente existencial (pasando por el revolucionario de mediados del XIX), cristalizada en los Romanceros (sus últimos volúmenes poéticos oficiales) y los poemas de la última cosecha.




Heine retorcía hasta el propio poema, y lo rebatía desde sus entrañas. Se empeñaba en demostrar la finitud de las emociones a través de giros casi copernicanos que terminaban revolviendo el tono precedente de las composiciones. Y eso, insistimos, tanto desde el punto de vista sentimental como desde el diplomático o el puramente vital:

“(…) Puede que toda una chusma de deidades
espectrales haya tomado por huerto
propicio a su recreo impertinente
la concha hueca de un poeta muerto (…)”

“Florece mayo. En el verde bosque
trinan alegres los pájaros;
muchachas y flores sonríen virginales,
¡ah, bello mundo, te abomino”


Heinrich Heine, más actual y valioso que nunca.

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