viernes, 8 de febrero de 2013

Dreams that money can buy (Hans Richter, 1947)




"Todo el mundo sueña. Todo el mundo viaja. A veces por países donde una extraña BELLEZA, SABIDURIA, AVENTURA, AMOR le espera. Esta es una historia de sueños mezclados con realidad."

Los primeros planos funden la perplejidad de un Josef K con la ligereza de los hermanos Marx (la parte contratante). El protagonista, un poeta víctima -perdonen la redundancia- de una ridícula burocracia que maneja su porvenir más inmediato como si de una partida de poker se tratase, consigue a duras penas la licencia de un alquiler que no sabe cómo pagará. Un paria cuya voz interior le sacude del ensimismamiento para sentenciar: "Hoy en día no se llora. Hoy en día vives o mueres". Terriblemente actual, ¿verdad?. Y va a hacer las dos cosas: descubre que es un vidente (y "el ojo es una cámara", en referencia al perro andaluz de Buñuel). Se encuentra entonces en condiciones de inaugurar un nuevo empleo: detective de sueños. Puede construirlos a medida, desentrañar otros. Monta su propio consultorio.

Es un largometraje experimental (qué anacrónico suena) pero contenido, con más vocación de lo previsto por la inteligibilidad, del prolífico artista alemán, realizado en su huída a los Estados Unidos y perpetrado junto con otros vándalos de la imagen, el verbo y el pensamiento. Carne de filmoteca, a ser posible en épocas intempestivas e imprevistas.



Desire (colaborador Max Ernst)
La voz en off es omnisciente para el poeta y aparece y desaparece para resto de personajes (como al comienzo de este poema donde aparece un trasunto de Drácula con la presencia de la Muerte detrás y sugerentes escenas goyescas). “¿Qué es el amor sino el más íntimo principio de la naturaleza en acción?”. Referencias “mallarmeianas” (“un golpe de dados jamás abolirá el azar”)

The girl with the prefabricated heart (colaborador Fernan Léger)
Repleto de humor ágil, este segundo sueño (que llega a entremezclarse con el primero, como pasará en posteriores capítulos) se inicia casi como una comedia de situación muy moderna, donde el cambio de cliente genera las suficientes interpretaciones por parte de todos los personajes involucrados y lo condensa, además, sin mediar palabra. Una neurótica organizacional pone en jaque a nuestro héroe visionario para, a continuación, mostrar su fantasía de mujer con expectativas sumamente convencionales, en varias de las secuencias más recordadas: la creación del maniquí femenino y la aparición del masculino colmando sus deseos. Un estático musical para, no obstante, “un corazón irrompible, a prueba de amor”.



Ruth, roses and revolvers (colaborador Man Ray)
La mujer del primer paciente, que sorprendía a su marido con la protagonista en una situación ambigua, es la protagonista del tercero. Habla del fulgor pasado de una mujer madura y de dónde quedó el entusiasmo inicial y adolescente.
Se proyecta una película sorprendente: el publico de la sala imita todos y cada uno de los gestos del único protagonista. ¿Una crítica a la alienación del ser humano o autoparodia que se sirve del espectador, tentado por los gestos inconsistentes de la vanguardia? Aparece una foto del propio Man Ray, quizá para reforzar la chanza autorreferencial.

Discs (colaborador Marcel Duchamp)
Tiene un aroma de film noir. Hay humo, una pistola, un flequillo airado y un agente del orden. Parece que va a ser la confesión de un condenado con un pasado posiblemente ‘gansteril’ o un criminal común, pero no precisamente melodramático. Se insertan las famosas espirales de cartón que quieren dar una impresión tridimensional y que acaban pareciendo ojos escrutadores.




Ballet (colaborador Alexander Calder)
Se arma de máscaras, enigmas y sombras chinescas. Sincretismo tribal sobre un fondo que anticipa a Martin Denny. Es el más difícil todavía: comerciar con los impenetrables sueños de un ciego y su nieta pequeña.

Circus (colaborador Alexander Calder)
Formado sólo por marionetas de alambre (maestros de ceremonia, acróbatas, domadores, leones, forzudos, bailarinas), la representación abstracta y maquinal deja paso al sueño particular del detective, que simbólicamente aparece en su propia sala de espera. Pasa a ser un jugador de cartas que cambia de color y que va perdiendo contrincantes mientras los objetos le cierran el camino (“era como nieve cayendo en mis manos y en mi corazón”). Acaba escapando a través de una escalera que funciona como una metáfora del estrés acumulado y la sensación de libertad añorada. Alcanza a la mujer amada, tentadora, a la que asesina off the record.

Ay, el sueño. Ese “montón de antigua noche”, que decía Mallarmé.

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