sábado, 24 de julio de 2010

Tras el cristal (Agustí Villaronga, 1987)




Algunos han visto aquí la versión corregida y aumentada del “Arrebato” de Iván Zulueta. Pese a que tratan temas diferentes, formalmente tienen muchos puntos en común. Adolescentes de apariencia narcótica centrados en desestabilizar un determinado entorno más o menos interior, más o menos proyectado, aun movidos en ambos casos por pretextos claramente alejados. Tanto una cinta como otra, salpicadas por el morbo, la amoralidad, la violencia –especialmente en el caso de Villaronga- y la contumacia se han llevado durante años la etiqueta de perdedora, aunque en el caso del vasco la recompensa de un aplauso crítico, aunque aletargado, la hizo vivir una segunda juventud, negada en el caso de “Tras el cristal”.

A pesar de lo que se defiende en el autor de “El mar”, “Tras el cristal” no habla de un tema tan personal como lo pueda ser la pausa cinemática de Zulueta. El tema del debut de Villaronga es, desgraciadamente, y más en días como estos donde la pedofilia no hace más que destaparse a cada instante, una cuestión universal que echa mano de un hecho puntual, como es la sombra del nazismo –aquí algo difuminada- y una de sus innumerables prácticas; toda una toma de conciencia en forma de venganza circular, congénita e insondable. Bajo una arquitectura de grises, azules y negros realmente soberbia, fotografía cuidada con un mimo especial para quien entonces debutaba en largo, la película no pierde en intensidad en casi ningún momento, a pesar de ciertos planos discursivos algo previsibles.



El terror es sólo una cuestión estética, y un afluente sobre el cual encauzar la trama, nunca un fin en si mismo, por eso va más allá de géneros o imposturas. La lucha por el poder es su linterna, caminando sobre una alfombra de atracción/repulsión afortunadamente sostenida. Una pelea que tendrá su momento álgido y de inflexión en ese ahorcamiento de David Sust a Marisa Paredes, mujer del oficial maltratador, único obstáculo de Sust para llevar a cabo todo su despliegue enfermizo y retorcido, todo su espectáculo de crueldad y platos servidos bien fríos. A partir de ese momento, una tortura constante en un desfile de presas incautas y desprevenidas con caras de niños inocentes pasarán por el nicho-máquina donde sobrevive Günter Meisner, el iniciador de la pesadilla, devuelta como un vómito amplificado. Sin compasión. Pero con su punto desengrasante. Como en “Arrebato”, donde entre tanta alucinación y tanta dependencia, Carmen Giralt proporciona el momento desopilante para desentumecer, será en “Tras el cristal” el papel de una Imma Colomer, labriega tan casual como entrañable, el que preste un respiro entre tanta congestión y crudeza.



Que una película así -¿la mejor de los ochenta en España?-, tan bien hecha, tan rotunda y emocionante, perfecta ornamentalmente, siga siendo considerada maldita, ímproba, sin posibilidad de levantar un status absolutamente oscurantista, da la medida de que en algunas cinematografías todavía manda más el caer en gracia que ser gracioso.

1 comentario:

pickman dijo...

Cojonuda, alucinante y cruel.